jueves, 28 de abril de 2011

RELATO CORTO

Ya me estaban entrando calambres cuando escuché las voces de las mujeres. Si todo salía bien, la Vanessa apagaría las luces, pondría la música a todo volumen y yo saldría de la tarta con mi tanguita de grana y oro, dispuesto a repartir besos, dejarme sobar un poco y trincar billetitos. De pronto una de las voces me pareció súper conocida ¿Sería de una amiga de mi madre o de una profesora del instituto? Se suponía que mi tarta era para la despedida de soltera de alguien de la Junta y que la tarta del “Mojamé” era para las madres del AMPA de un colegio pijo. ¿Y si a la Vanessa se le habían arrebujado las tartas en la furgoneta? De pronto me entraron ganas de vomitar, el olor de la crema me mareaba y la pedrería del tanguita se me clavaba por todas partes. Ahí mismo comenzó a retumbar una música que podría ser la banda sonora de la versión discotequera de Aladdin y entonces reconocí a la dueña de esa voz que chillaba como la niña del Exorcista: “¡Mojamée!”. Me gustaría ver a “Mojamé” bailando la de Michael Jackson en el despacho de la delegada de la Junta.
No se qué se me paralizó primero, si la pierna izquierda o directamente la parte del lóbulo del cerebro que la controla. Apenas unos minutos, segundo arriba o abajo, me separaban del gran show, por llamarlo de alguna manera, y estaba a punto de bloquearme totalmente. Calma, me dije para darme seguridad. Estiré un poco el pie para atrás hasta que logré vencer el calambre que me estaba produciendo el gemelo en la pantorrilla. Pero mi corazón ya había iniciado una carrera loca, y las palpitaciones me retumbaban hasta en los oídos. No me quedaba la menor duda. Era ella. Su voz, a pesar de venir envuelta en un, para mi desconocido, y prolongado, grito histérico, no podía ocultar su identidad. No era otra que la de mi futura suegra.
Bueno, en realidad ella aún no lo sabía. Lo de que sería mi suegra, claro. Y yo mismo, habida cuenta la situación en la que me encontraba, empezaba a dudar que algún día llegara a serlo. Piensa rápido, melón, rápido. Tienes que tener una respuesta inmediata, una salida que lo explique todo. ¿Pero cómo? Y sobre todo, en tan poco tiempo. ¿Qué hacía mi futura suegra chillando “Mojamé” por encima de la música y el resto del escándalo?
Entonces se me encendió la pelota, y lo vi claro. Estaba dentro del colegio al que había ido mi tesoro más querido, con quien sueño todas las noches. El colegio de quien hoy desborda mis pasiones, y por quien sería capaz de hacer cualquier cosa. Y mi futura suegra ahí afuera, esperando la sorpresa. Justo en este momento en que mi relación sentimental pasa por el mejor momento, cuando por fin tengo tarifa plana de cariño. Cuando nuestra relación navega sin límites de descarga, por la generosidad de mi bien más querido. Generosidad heredada, como virtud, de mi suegra, que todo hay que decirlo.
Y de repente, me dio otro vuelco al corazón, cuando mi desnudez me recordó para lo que estaba allí. Si al menos la pedrería del tanguita fuera buena, o si en vez del taurino grana y oro que escogí hoy, hubiera elegido el de imitación de Tommy, todavía tendría un poco más de glamour con el que defender la situación. Pero ya se sabe, cuando te toca un día malo, de los que empiezan a torcerse más y más, lo mejor es meterte en la cama solo, sin compañía, hasta el día siguiente. Y es que mi suegra tiene otra gran virtud: La elegancia. Nunca pasa desapercibida. Su presencia se intuye, y cuando ella irrumpe en cualquier sitio se nota enseguida en la gente que la admira, cómo les corroe la envidia por el simple hecho de su elegancia en las formas, en el vestir. Ese don natural es lo que la ha convertido en una verdadera entendida en moda, en formas sociales. Sus acertadas opiniones sobre las tendencias, tan mal reflejadas en personas que todos conocemos, en realidad no son críticas, sino verdaderas clases magistrales de quien es capaz de poner siempre la frase final y adecuada a cualquier conversación.
Y de verdad que es injusto que ella ahora lo esté pasando mal por una tontería en ese feo calabozo de la policía, según me han contado las malas lenguas. Y todo porque mi amor, mi tesoro, estaba allí, acompañando a su madre en la celebración del aniversario de la AMPA del colegio, y porque no me pude contener y desde la tarta, crema de por medio, salté y lo abracé y me lo comí a besos, y claro, me correspondió con su natural generosidad. A mi desde luego, me mereció la pena, y total, los veintisiete puntos de sutura que me han dado en la cabeza, por culpa del candelabro de plata maciza con el que mi suegra perdió momentáneamente la compostura, pueden ser el comienzo de una nueva vida, cuando me decida a pasar por las divinas manos del doctor Melenguí, que dicen que hace maravillas con las princesas de verdad, las que duermen en palacio.
Chema, amor mío, se te hace tarde. Por favor dile a tu madre que no esté preocupada, que aquí en el hospital me cuidan bien, y que ya la he perdonado, que por ti soy capaz de cualquier cosa.