domingo, 14 de marzo de 2010

A DON MIGUEL DELIBES.

No fue el suyo el primer camino que leí, aunque ojalá así hubiera sido. Fue la hoja roja, y mi recuerdo es el de una litera en el cuarto de la azotea de la casa de La Carraca, esa extraña casa, de la que aún guardo recuerdos, incluso buenos.



Sí que le hice caso en lo de leer a Garrigues, su tratado de Derecho Mercantil, claro, pero no era lo mismo. Las sociedades y su entramado jurídico son verdaderas junglas, que exceden en mucho el concepto cinegético de Don Miguel, y sus diarios. Pero esto fue más tarde, en Madrid, y ya andaba yo en otros menesteres, y no viene al caso.



De antes es cuando más me acuerdo, de cuando aún la niñez la llevaba por dentro sin saberlo. Zagalón de motocicleta e instituto. De amores entre nubes y excursiones por la sierra de Cádiz, mochila al hombro con el pan moreno de Benamahoma dentro, sin más horizonte que el siguiente quejigo. Soñando aventuras ilustradas entre el conocimiento de un paraje, una planta, un pájaro. Llegar a la cima para llenarme de olores, inventados para una armonía feliz con el entorno. Eso si que eran actos heroicos, empeños fructíferos tras doblegar la voluntad y el cuerpo. La recompensa, una sonrisa, y un cacho de chorizo de Villaluenga, que esto sí que era importante, que un pan con chorizo de de la sierra es un pan ilustrado, que quita hasta las penas intelectuales.



Todavía siento la magia de ese librillo de papel de fumar, y su hoja roja, porque para mí, entonces, un librillo era una cosa de señores mayores con bigotes retorcidos y puntiagudos, y me olía imaginariamente a una caja de artilugios de mi bisabuelo. ¿Cómo pudo unirme Don Miguel tan fuertemente a Eloy y a la Desi, personajes tan lejanos a mí y a mi infancia? Todavía hoy me lo pregunto y no encuentro respuesta, aunque barrunto que algo tiene que ver con lo que estoy haciendo ahora, que no es sino sacar afuera mis sentimientos con la ayuda del lenguaje y de la escritura. Creo que lo que me fascinó fue su forma de expresarse, en mi lengua, que hasta ese momento no sabía yo que era tan mía como suya, y tan maravillosa para los dos. Y su técnica, nueva para mí, y todo un gran descubrimiento.



La hoja roja hace ya tiempo que le salió a Don Miguel, y hoy ya no queda más papel en su librillo, pero quedan bibliotecas y bibliotecas repletas de sus historias, de sus vivencias y de su maestría enseñándonos constantemente cómo se utiliza el español. Esa maravillosa lengua, con la que me emociono cada día, y a la que comencé a sentir como mía, en parte gracias a Miguel Delibes. Descansa en paz, y ocupa tu puesto de embajador plenipotenciario del español en el cielo, entre perdices, palomas torcaces, lomas, ríos y valles, velando desde lo más alto por la belleza de nuestro idioma.

http://www.diariobahiadecadiz.com/detalle-noticia-5957